Las vacaciones del Sr. Hulot

 


Dirección: Jacques Tati

Música: Alain Romans

Lugar/Año: Francia, 1953

I

 El presente no pretende ser un acercamiento quasi formal-teórico, cual escrito propio de un aburrido y aburguesado señor que, luego de una intensa jornada de trabajo y fumando de una vieja pipa se acomoda en la mesa de su salón y pretenciosamente, de manera ociosa, escribe su experiencia con la apreciación del cine…

 Lo escrito tiene su origen en una mezcla de admiración, cariño y acercamiento a la obra de Jacques Tati, presente en mi vida desde que uso de razón tengo. Sabrá el lector disculpar las faltas expresivas, propias de un amateurismo en el campo de la escritura referente a films.

 La búsqueda final de este escrito es generar un auténtico deseo de ver y apreciar la obra para todos aquellos que tengan el lujo de poder hacerlo por primera vez, y para los que ya hayan visto el film varias veces y puedan encontrarse (o no) con mis palabras en relación a ello.

 “Soy un hombre que ama verdaderamente el pasado. Los tradicionalistas, en cambio, no le aman: quieren que no sea pasado, sino presente. Amar el pasado es congratularse de que efectivamente haya pasado y de que las cosas, perdiendo esa rudeza con que al hallarse presentes arañan nuestros ojos, nuestros oídos y nuestras manos, ascienden a la vida más pura y esencial que llevan en la reminiscencia” – Ortega y Gasset en El Espectador, 1916.

II

 Hulot lleva a mi cabeza al poético recuerdo de mi infancia, y más precisamente, los veranos en Mar del Plata con mis padres y mi hermano.

 El estío presente en el aire húmedo y costero de Punta Mogotes era protagonista en la belleza de lo único e irrepetible del momento, eso que luego añejamos en nuestro inconsciente y recordamos con melancolía cuando crecemos y nos sumergimos en la adultez.

 My Sweet Lord para finalizar el año (siempre mi padre hacía sonar esa canción antes de las 00hs del año nuevo) y todos los recorridos que se hacían en auto con mi familia contaban con una excelencia musical, siempre en mi vida al igual que Tati, algo que con muchísimo amor puedo agradecerle a mis padres: introdujeron en mí, desde muy pequeño, un ojo y oído fundamental en mi concepción del mundo, y voy a debérselos siempre.

 Tal vez la imagen más poética que puedo humildemente intentar representar con palabras es la del camino del faro de Punta Mogotes a Miramar, Around the sun sonando, avanzando por la ruta 11 y pasando por Chapadmalal, Las Brusquitas (balneario muy frecuentado por nosotros) y finalmente llegando a la población, con la hermosura de sus playas, de mar bravo y frío, y el monumental bosque energético, refugio de miles de pinos y caminos del primer nivel de la Naturaleza.

 Aunque la poesía sinestésica me tiente a continuar con el memoir, no empalagaré al lector con el impresionismo del recuerdo personal. Volvamos a Francia en los 50s.

III

 Lo primero que puede verse en el film es el mar llegando a la orilla, música entrecortada, como un antiguo motor puesto en marcha luego de un tiempo de desuso. Con los títulos al comienzo, algo que defiendo fuertemente y admiro del cine de otros tiempos, por enseñarnos obligatoriamente a todos los involucrados en la creación cinematográfica, la música ya fluye: comienza la película.

 Luego del mar, un altoparlante desenfrenado e ininteligible anuncia la llegada del tren a la estación; un plano general nos muestra a la muchedumbre ansiosa por escapar de la rutina e irse de vacaciones, y en su desesperación yendo y viniendo del correspondiente andén.

 El tren, plagado de gente y firme en su ruta, se contrasta con lo rústico, ruidoso y humilde del coche de Hulot, al que muchos autos modernos superan levantando el polvo del camino. La ya conocidísima analogía entre lo Apolíneo y lo Dionisíaco puede repetirse, con Hulot siendo el dios Baco (afrancesado) por excelencia: elegante, caballerosísimo, quebrador del status quo aburrido, común y ordenado de una sociedad adicta al abismo del avance industrial (y tantos vicios más por ahí dispersos), caótico cual infinito mar nocturno, con la justa presencia que a éste se le da a lo largo del film.

 La bondad natural del personaje se deja ver luego del gag supremo del perro acostándose en medio de la calle y tapando el paso, Hulot avisándole con su oxidada bocina y luego saludando al animal con ternura para, muy ruidosamente, continuar el camino hacia la playa. Los ojos de los pueblerinos no se salen del coche, como si poco más tan desestructurado sucediera en ese pueblo últimamente.

 Excelencia en la contextualización del poblado costero, el Hotel de la Plage, sus excesivamente comunes huéspedes, la llegada de Hulot que, al bajar sus cosas del auto y abriendo la puerta del salón para invitar a los vientos a pasar furiosamente, comienza a desacomodar las muy débiles paredes de la estructura social presente en todos los personajes que allí se encontraban, casualmente, en una tarde de verano cualquiera.

 El día finaliza con una dispersión total de los camareros, distraídos con solamente la presencia de Hulot en el salón de comidas, los señores “de siempre” retirándose y el faro alumbrando la costa de noche; de día, la joven elegantemente hace sonar la pieza de Alain Romans y nos ofrece la frescura del aire matutino costero.

 La maestría autoral de Jacques Tati ya se deja ver con esto, muestra de la modernidad presente en el genio, que más de setenta años después continúa siendo única: la grandeza trasciende por completo a la época.

IV

 Pasada ya la media hora, vemos como un típico padre yupi, espiando algún vestuario ajeno, recibe una patada correctiva de Hulot, que sale corriendo y hasta engaña sin verlo al padre haciéndole creer que otro señor inocente lo había pateado. Luego, Hulot, habiendo huído, se decide a pintar un pequeño bote, escena en la cual se puede admirar la armonía compositiva del cuadro, y el noble gag del tarro de pintura cambiando de lado.

 Más tarde, saldrá a remar en ese bote y la multitud en la orilla, al ver como se tuerce el bote y similar, con muchas comillas, a un cocodrilo, sale despavorida hacia el Hotel nuevamente. Parecido, en miniatura, a una vuelta al útero escapando imbécilmente de estúpidos temores que mantienen la infelicidad en el pasar del tiempo.

 Ya en otro día, llega la entrega de periódicos al hotel, con varios interesados en adquirir el papel, incluído Hulot, que lo compra y con la compañía de una amiga inglesa y un niño, lo hace un gorro y se lo coloca a metros del corriente personaje pseudointelectual agobiante de un joven. La perfección narrativa y descriptiva mantiene su primer nivel, enseñándonos y a la vez criticando lo mismo que nosotros podemos ver e interpretar.

 La snobísima armonía de las canchas de tenis se quiebra con el alarido de la bocina, y también en el peloteo, con el nivel de juego de Hulot muy superior al del resto, humillándolos involuntariamente y generándoles disgusto y queja compartida, de la cual la joven se ríe tímidamente.

V

 Con la delicadeza del paso de la noche, las ventanas del hotel alumbradas, denotantes de actividad humana, y ya en otro día, acompañamos a Hulot a la casa de la joven para cabalgar, caotizando completamente el muerto y aburrido hogar.

 El caballo, como salvajizado, golpeando el auto con un adulto dentro y casi guardándolo en su baúl, hace que nuestro Baco huya, se esconda y de la manera más bizarra salve el helado de la playa que lo obsesiona, anticipándose a lo que, personalmente creo, es el climax artístico de la película: el baile de Hulot y la joven en el festejo de algún carnaval, con él subiendo el volumen para que la música de Romans suene y firme su presencia ante todos los ordinarios adultos del salón, que observan, de lejos, como el señor de siempre que, siguiendo a su esposa en la caminata digestiva nocturna, vuelve en su paso para ver el baile un segundo más.

 El mar rompiendo en una roca de la orilla nos marca el final de otro día, en su intrascendencia, igual que el resto.

 Con varios momentos más hasta el final del film, y sin querer caer en el asfixie de información acerca del mismo, en un presente en el que tanto se demanda la cronología (por falta de habilidad para comprender lo más estético, probablemente) y la trama cuando se habla de películas, quiero cerrar este escrito con el claro sentimiento de melancolía que deja el final, anticipado por el punto máximo de descontrol en la historia del poblado costero, seguramente:

 La vuelta, el final de las vacaciones.

 El pasar del tiempo, de los veranos, los años, la vida.

 Chega de Saudade.

 Por Manuel Smaniotto, 01/04/2024