Au plein air

     La búsqueda pasa a ser al aire libre, a la luz que el día dispone, al humor del artista y a los recursos que éste reúne. No hace falta más. La cualidad de la pintura au plein air es que está completamente sujeta al cambio, es rápida, es una mancha inicial que va mutando, que sufre cambios en el color. Joaquín Sorolla es un fiel representante de esta forma de agarrar los pinceles y el lienzo. Dijo “Me sería imposible pintar al aire libre despacio aunque quisiera… El movimiento del sol cambia constantemente el color de las cosas… ¡Hay que pintar deprisa!”


En una clase de pintura, mi profesor Ignacio Sosa me enseñó la importancia de la mancha inicial, de lo que marca el camino de la pintura. Encargarse primeramente de darle forma al lienzo, que no deje hueco sin pintar porque “no hay nada más blanco que el blanco de la hoja”, como él me decía. En esta instancia de la creación, es necesario entrecerrar los ojos para ver los valores: el más alto y el más bajo. Con esta acción de por medio el ojo identifica dónde se encuentra lo que más brilla y dónde están las oscuridades, lo que revela todos las tonalidades de la imagen. El impresionista jugaba con los colores complementarios: si el cielo es azul, lo va a pintar de naranja, le va a realizar todos los detalles que en él aprecia y, como toque final, le va a agregar el azul en donde el ojo perciba el pedazo de cielo. De esta forma, todo lo que compone al cielo se resalta más, porque la base es el color complementario del azul. No oscurece con negro y aclara con blanco, lo hace con color. Magnífico. Toda la paleta es creada a partir de lo que el día y el momento ofrecen a la hora de colocar el bastidor en el jardín, por lo que se puede pintar un mismo lugar pero parecer otro en cada pintura.





La pintura es un acto físico. Influye desde la forma en la que agarrás el pincel hasta el mismo movimiento de tu mano al trazar una pincelada. Si esto ocurre en una playa, durante un amanecer, todo tu cuerpo va a acompañar la sensación y el movimiento del agua, de la luz y del viento, porque se está allí presente. 

Hace no mucho, en el festival de Cine de Mar del Plata, en su edición del año 2023, fuimos a ver una película documental llamada “Llaki”, dirigida por Diego Revollo. Al finalizar la película los creadores, que se encontraban en la sala, comentaron parte de lo que fue la grabación y qué los llevó a realizar el largometraje: una experiencia personal dolorosa que los guió hasta una familia sanadora en un pueblo de Bolivia, con quienes compartieron unos tres años de convivencia y filmación, pero movidos siempre por una búsqueda personal enorme, lo que hace al documental único y sincero, hasta revelador. Habíamos visto muchos documentales de ese estilo, pero este en particular me dejó pensando en la importancia de la experiencia inmersiva en una obra de arte. A mi modo de parecer, la hace honesta, y no me refiero a una verdad, sino al sentimiento reflejado tal y como es, como si no hubiera representado un esfuerzo, sino más bien un fluir con él, de lo que resulta la obra en su totalidad.

La pintura realizada en plein air es una experiencia vuelta arte, un momento vivido que queda plasmado en la representación de ese lugar del que el artista se apropia durante un tiempo. Esto no le quita mérito ni grandeza a una obra de estudio o taller, simplemente son formas de encarar una pintura diferentes. Dentro de mis intereses, tanto en el arte como en la vida misma, la obra realizada al aire libre tiene otra vida, tiene una vista panorámica, un sentimiento, un color natural.

La observación detenida sobre algún punto en particular de interés propio va revelando los secretos del mismo, de su crecimiento, su floración, su origen. Al observar una planta, sus raíces, sus capullos y la propia hoja, toda su formación queda en evidencia. Lo mismo sucede con cualquier objeto o ser vivo que uno se dedique a observar, sin límite, sin tener en cuenta nada más que lo que se está contemplando. El acto podría llamarse un estado meditativo, y, si se profundiza, ese objeto puede pasar a ser el canal de conocimiento propio. Cuando un artista pinta a una mujer desnuda que posa durante horas en su taller la llega a conocer, le conoce el gesto, la mirada, cómo ella elige mostrarse, qué elige mostrar. Su cuerpo y su piel pasan a ser cada vez más complejos, se vuelve todo intrínseco al dejarse ver, tanto el pintor como la modelo.

El juego entre el objeto a retratar y el artista es lo que observamos en la obra finalizada, casi de una manera inevitable. Win Wenders señala, en una referencia que realizó sobre una pequeña acuarela de La Montagne Sainte-Victoire de principios del siglo XX de Cézanne, que el artista “deja al descubierto algo incluso más complejo: el reflejo de las condiciones del acto de observar la montaña”. Precisamente Cézanne fue quien le dedicó especial importancia a la observación como medio de acercamiento a la verdad de lo observado, lo que le permitió crear y abocarse a la pintura desde otro lado que hasta el momento no se había concebido. La obra de este excelentísimo pintor es un constante estudio de la forma, del color, de la búsqueda de la representación, como si no hubiera elegido el estilo de su pincelada o de sus paletas, va más allá, pintó sobre lo que estudió y estudió sobre lo que pintó. Trató a la forma y a la línea más allá de lo que cada una estaba queriendo que se identificara. Se preguntó cómo representar una manzana tratando de evitar pensar en que es una manzana, porque es más bien una forma, una continuidad de línea y color que identificamos como manzana.

Hay tanto, tantísimo para observar, para desentrañar. Se le puede sacar la careta a todo lo que se nos muestra con el simple acto de observar. Puede que parezca redundante, pero me gustaría que este (no)detalle de la vida cotidiana no pase desapercibido para el lector. Una muestra sincera siempre hay, y si no se la encuentra, es porque aquello no será honesto. 





Por Micaela Fuscaldo


Pinturas:


1. Pescadora con su hijo, Valencia - 1908 - Joaquín Sorolla y Bastida 

2. Claude Monet painting in his garden in Argenteuil - 1873 - Pierre-Auguste Renoir

3. El jardín del artista en Argenteuil - 1873 - Claude Monet

4. Montaña Sainte-Victoire - 1904 - Paul Cézanne